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Sí fuese forzoso quedarse en la definición de la política con un solo atributo, yo no vacilaría en preferir este: política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado con una Nación, algo surgido desde que se inició el debate público sobre el origen y los fines del Estado.
En medio del escándalo y de estupefacción e indignación social, está en su más alta curva el combate a la corrupción público-privada, ahora en la fase de procuración de justicia. Falta el sinuoso y a veces sórdido tramo de impartición de justicia.
Porque entendemos la trascendencia del periodismo, no nos es dado tratar a la ligera ciertos temas críticos para la tranquilidad de la sociedad, a la que pretendemos prestar nuestros servicios.
El gran trance de las llamadas economías periféricas es que, por designios de las metrópolis, Estados que someten su soberanía nacional -casi en condición de protectorado-, quedan a remolque de los socios mayores.
Pocas horas después de que Enrique Peña Nieto rindiera su quinto informe de Gobierno (1-IX-2017), empezaron a filtrarse las primeras sospechas de la llamada Estafa maestra, sacada a balcón por la Auditoría Superior de la Federación (ASF) de la Cámara de Diputados.
Uno no puede refugiarse en la cómoda coartada de José Zorilla: Clamé al cielo/ y no me oyó/ Mas, si sus puertas me cierra/ De mis pasos en la tierra/ Culpable el cielo/ no yo.
“Tenebroso, oscuro, maligno”. En la mitología mexicana, esos tres feos atributos se le enjaretan al tecolote.
En el tránsito de la presidencia de Felipe Calderón a la de Enrique Peña Nieto, usamos la metáfora barril sin fondo, referida a la situación financiera de Petróleos Mexicanos (Pemex).