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Gerardo Australia
Gerardo Australia

Gerardo Australia es músico, compositor y divulgador de historia que publica regularmente en Milenio, Reforma, Jornada y en el Semanario.

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Todos conocemos la ronda infantil Tengo una muñeca vestida de azul… Compuesta por la escritora española, Montserrat del Amo Gili (1927-2015), esta pieza se ha usado por generaciones en el mundo de habla hispana para ayudar a los peques a aprender nuevas palabras y memorizarlas.

Fue don Platón y su pandilla quien puso a la prudencia en categoría de virtud cardinal. El “Yucateco de la Acrópolis” (sí, era más cabezón que un ajo plantado en Chernobyl) dijo que se trataba de una sabiduría práctica, un juicio sano aplicable a cualquier actividad humana. De ahí que fuera herramienta indispensable para aquél que pretendiera gobernar, pues se trataba de una “virtud del moralmente juicioso”.

Por siglos, la cochinilla mexicana era la única aceptada en los exigentes y más prestigiados talleres textiles europeos para entintar la “ropa de reyes”.

Carlo Maria Michelangelo Nicola Broschi (1705-1782), el afamado Farinelli, fue de los más importantes sopranistas (cantantes castrados) del siglo XVIII.

Siempre he sentido un profundo respeto y admiración por las bibliotecas, el corazón del libre pensamiento, democracia en papel donde habitan las ideas en perenne túnel del tiempo, abrevadero del que siempre se sale en paz

Edgar Allan Poe ha sido uno de los pocos poetas en la historia que se ha dado el lujo de dejar plantado al mismísimo presidente de Estados Unidos en turno, prefiriendo quedarse en la cantina que se le atravesó camino a su cita en la Casa Blanca (¡aplausos!).

Actor, compositor, cantante, escritor, poeta y loco enamorado de uno de los oficios más difíciles del mundo, hacer reír a la gente, Eulalio González Ramírez, El Piporro, hizo de su voz, el acordeón, el bajo sexto, la redoba, la ironía y el taconazo una filosofía de vida con la que traspasó muchas chulas fronteras.

Al final de la Independencia (1821) el país, como era de esperarse, se sumió en una tremenda confusión y preocupación propia de su situación, sobre todo al tratar de responder con toda seriedad esa pregunta de existencialismo kierkergaardiano profundo: ¿Y ora, tú?

No recuerdo el nombre de la película (mexicana), pero en ella el maloso de malolandia se robaba a caballo tendido a la muchacha de la hacienda, guapa ella, honesta, hija de buena familia, virginal e inocente, no para pedir un rescate millonario como hoy se acostumbra (secuestro), sino por su “harto enamoramiento” y para “hacerla suya” (título de propiedad no incluido) y así vivir felices para siempre.

Con su hermano mayor y un tío salió a los dieciséis años de su querido Japón. Tras meses de travesía llegó a Salina Cruz, Oaxaca, para trabajar en el campo. Oaxaca no le funcionó y decidió caminar durante tres meses por las vías de tren hasta Ciudad Juárez, Chihuahua, de donde quería saltar al otro lado. Sin embargo las cosas se complicaron y terminó de mil usos en un hospital, donde a puro buen ojo aprendió el oficio de menear el bisturí.